lunes, 31 de marzo de 2008

El pastor

B. trabaja en el servicio HAD (Hospitalización a Domiclio), el servicio especial que recorre los domicilios de Donostialdea (y más allá) atendiendo, precisamente, a aquellas personas hospitalizadas, pero que lo hacen en sus casas. 

Ayer, uno de sus pacientes, de profesión pastor, le regaló un litro y medio de leche de oveja. Últimamente Bea está haciendo cuajadas, o sea que nos ha venido de perlas. 

El caso es que la historia de este señor es bonita; me la contó el sábado camino de Gasteiz: Este hombre dedicó media vida al pastoreo en Canadá. Siendo sus padres ancianos, se vio en la obligación de venir a cuidarlos a su lugar de origen en Gipuzkoa, siempre con la intención de volver a lo que llegó a ser su hogar allí en Canadá. 

Para cuidar a sus padres contrataron a una chica, y adivinad. Tuvieron varios hijos, sí, y me parece que nunca más volvió a Canadá, al menos para vivir. Ahora está en casa a pesar de encontrase hospitalizado, porque es un pastor de raza e insistió tremendamente en el Hospital en que tenía que seguir cuidando de sus ovejas. 

Me recordó a la forma de sentir el oficio del aita de Amaia (mismo apellido; resulta que son primos). 

B. le preguntó a la mujer cómo había conseguido hacerse con el corazón de un hombre aparentemente rudo o acostumbrado a la soledad como él. Ella dijo que "con mucha paciencia". 

Donamaria



17.02.08. Al adelantar Betcha la vuelta de Gasteiz, dio el “avanti” a mi plan para ir a pasar el día al Baztan. El Anticiclón de las Azores, o de donde Al Gore quiera que esté, se mantiene por días y días, y este fin de semana sigue aguantando. Se ha levantado viento estos últimos días, pero la cosa no ha llegado a ser demasiado molesta.

Quedamos con Raquel y Arantza, La Adri y Oscar. Afortunadamente encontraron a este buen amigo que hace las funciones de chófer; a Camino le tocaba currar.

El plan principal consistía en la visita guiada a la restaurada (años 2000-2001) Casa-Torre Jauregizar de Donamaria. Preciosa construcción del siglo XIV, testigo de muchas de las vicisitudes de esos convulsas épocas.

Paramos, pues vamos sobrados de tiempo, un ratito en Doneztebe, y a las 12h00 estamos en el predito que hay a la entrada de la Torre, escuchando las primeras palabras de la técnica de Turismo del pueblo. Nos hace una nota introductoria, para enseguida entrar dentro y conocer sucesivamente las cuatro plantas (2 de paredes de piedra y otras dos de madera original) de la Casa.

Tras una hora de visita, nos despedimos de la técnico y de la pareja de Iruña que formaba parte del grupo, y me monto a Aimar en la chepa para dar la vuelta a la Torre (más fotos).
Ahora venía la hora de los pequeños: Jugar en el precioso parque que, según la técnico, los hombres del pueblo habían construído para los niños. “Ahora ya hay varios niños viviendo aquí”, decía. Montado en un prado junto al herriko ostatua, tiene su casita, su tirolina, mesa de ping-pongo (con armarito incluyendo palas y pelotas), rocódromo infantil, portería, canasta, columpios, txirristra, …

Juegan y comen; alguna atrevida se desliza por la tirolina, y hasta jugamos al ping-pong un rato. Un puntazo de parque con un grato aroma artesanal.

A eso de las 14h30 subimos al Ostatu a ver si nos dan de comer. Hay poca gente, no hay problema. Dos parejas de Burlada, con sus respectivos hijos pequeños nos restan protagonismo, afortunadamente, pues los nuestros no paran quietos sobre el sonoro suelo de madera. Comemos ensaladas, rape para dos, ajoarriero y chuleta de ternera, todo ello bastane muy rico. Las tartas de queso a más de una le resultan excesivas, de lo cual me aprovecho…

A primera hora de la tarde subimos a los embalses de Leurtza, que según la técnico de turismo ya disponían de un circuito apto hasta para sillas de ruedas (demasiado optimista; se habrán acondicionado algo así como 30 metros).

En poco más de 1/2 hora cercamos el embalse, rodeado y casi acosado por un inmenso y precioso hayedo, desnudo en ramas y vestido en la tierra. Mientras tanto, y como era de esperar, los lolos y Adriana se han quedado roques en el corto trayecto entre Donamaria y Leurtza. Para nuestra tranquilidad, Aran les cuidaba durmiendo, ojo avizor.

De camino a casa me embarga un tremendo sopor, hasta que paramos a tomar algo en el Bar Urdanibia de la urbanización del mismo nombre. Es un sitio elegante, para pasar un rato tranquilo hablando (¿servirán el "Bellini"?).

El último tramo lo hacemos por la autopista, y ya en casa todo va encaminado a meter a los lolos a la cama una vez bajan el pistón.

jueves, 27 de marzo de 2008

Batoua Cara Norte


por allí asoma


cresta sencilla


canal (casi al final)


canal superior


qué tiempos


ay ay ay

Pic de Batoua (3034 m) Cara Norte Clásica (500 m, III / AD inf). Valle de Rioumajou, Saint-Lary, Pirineos


01 y 02.03.08. “Olvídate completamente de hacer una actividad técnica”. Con esta proclama me recibió Alberto el sábado por la mañana, tras haber mirado y remirado la météo francesa y haber consultado con ese gurú (Z).



Tras comprar una botella de Acuarius (bebida isotónica oficial del PMG) y tomar el cortado mañanero, montamos en el 306 sin saber aun a dónde tirar: Normal del Merhleu (Bagneres de Bigorre) o corredor NO de la Collarada (Jaca). Al final me inclino por el pico francés.


Pero hacemos parada en el área del Tour de France, y seguimos dándole vueltas... pues que nos vamos al Batoua, del que hemos venido hablando últimamente. Yo ya había interiorizado, una vez que comprendí la topo de Mousel, que si había oportunidad, me animaría. Así que allí estábamos, frente al macizo del Midi de Bigorre-Merlheu-Montaigú, echando por tierra un fin de semana tranquilo en el monte.


Por tanto, el Valle de Rioumajou nos esperaba y, emergiendo tras un precioso bosque de coníferas, la Cara Norte del Batoua se nos aparecía hermosa y salvaje al llegar al parking de las granjas de Fredançon.


Era primera hora de la tarde y ya estábamos impresionados por una imagen que nos acompañaría hasta el día siguiente a media tarde. Este pico se alza soberbio sobre el valle recortado, como digo, por las formas regulares de las coníferas, y no desmerece a cualquiera de las imágenes icónicas de cualquier otra pared alpina o pirenaica.


Subimos por el bosque, buscando la ruta hacia el Cortail del Batoua (llano del circo glaciar), mientras un hurón se cruza con nosotros.


Las rampas del sendero del bosque son empinadas, y me juro a mi mismo no traer aquí nunca a Beatriz. A la hora y media estamos llegando al llano, rodeado de paredes, buscando una calva enmedio de la nieve lo suficientemente plana para dormir un poco.


El aposento está listo en 1/2 minuto. No hay nada más que hacer que tumbrase, meterse en el saco, tratar de recuperar la temperatura de confort y descansar algo hasta la “hora de la cena”. Charlamos. Nos preparamos unos bocatas de jamón serrano, un poco de queso Roquefort, un yogur y galletas.


Pasan varias horas hasta que el nerviosismo cede y consigo dormir; eso sí, a cortos intervalos. Hasta Alberto se ha quedado sobado antes que yo.


Esa pequeña y horrible sensación de que el tiempo de estar en el saco se acaba y que llega la hora de la acción (cuando deseas fuertemente sacar la cabeza fuera de la tienda y constatar que está nevando) se acaba cuando precisamente comienza la acción y te concentras en otras cosas. Sobre las 4:30 de la mañana del domingo comenzamos la jornada.

Enseguida comenzamos a subir por una canal de nieve dura, a los lados del cual hay varias cascadas de hielo, en dudoso estado. La noche es negra a rabiar, no hay rastro de la Luna, por lo que ponemos a prueba nuestros frontales.


Alberto guía bien, encuentra perfectamente el acceso a la base del zócalo que te deja en la base del corredor de la Norte. Tan negro está todo que esperamos bajo una roca a que claree un poco, hasta eso de las 7:00. La situación merece un recuerdo íntimo: Las primeras luces sobre las montañas circundantes, y dos amigos solos detrás de esta ilusión.


El citado zócalo (“rampa nivosa fácil” según alguna otra descripción leída) se compone de una amplia y algo expuesta pala de nieve a 40-45º salpicada de rocas, circulando entre las cuales llegamos a las campas que dan acceso al corredor. (Esta rampa impresiona sobremanera viéndola desde la ruta de descenso).


Cuando llego a la altura de Alberto voy pensando en eso de “creo que no hay condiciones, lo mejor va a ser bajarse…” La idea de destrepar ese tramo tampoco es que sea muy atractiva, y es jodido pensar que si nos bajamos quizá nunca vuelva a esta ruta.


El caso es que decimos eso de “le damos un poco, y si vemos que sigue mal, nos bajamos” (palabras que creo haberlas oído antes). Tomo el mando un rato, en el primer tercio del canal, que va tomando color, y avanzo a velocidad de crucero; la nieve me permite al mismo tiempo una progresión constante y poder “descansar” la planta completa del pie sobre el escalón formado. Las posibilidades de acabar la ruta por arriba ya son superiores a las contrarias.


Me meto en dificultades al no haber hecho una suave diagonal a derechas que me hubiera permitido acceder al canal de salida, y por dos veces me encuentro hundido y con problemas para salir de las zanjas formadas por el desmorone de la nieve. Alberto me supera y efectua la diagonal pertinente en horizontal. Es el paso tras el cual ya digo “salimos por arriba como sea”. En esos momentos sentía una alegría contenida pues ya veía que mi compañero de cordada se hundía menos y que iba seguro hacia le pequeña brecha de la arista del Batoua. Qué gozada, ¡ya salimos! El Sol de la vertiente española nos baña.


Alberto me confiesa que ha tenido serias dudas durante el ascenso y que cree que hemos pasado apuros. Yo (extrañamente) no lo veo tan negro y me reconforta, en cualquier caso, estar allí arriba ya los dos, estoy orgulloso de nuestra actitud.


El corredor acaba junto a la cima principal, en la cual casi ni paramos. Echo un vistazo a la cresta que nos espera y me pongo más contento pues la veo muy llevadera. Es un tipo a la arista de La Munia, pero más fácil. A ratos vas por el filo en nieve, y en otros tramos optamos por flanquear por el Sur.


Estamos rodeados por gigantes del Pirineo Central: Posets, Eristes, Bachimala, La Munia, Arbizon, Cotiella, Aret, … ilustres vecimos.


Durante la travesía de la cresta, Alberto sufre un pequeño resbalón que le produce un enganchón del crampón ocasionándole un esguince de rodilla. Se hace los 1600 m de descenso sin rechistar. No digo más.


El siguiente y último punto “negro” de la ruta es cómo serán las rampas desde el collado NO del Caurarere, en cuya cima descansamos otro poco, y donde Alberto aprovecha para colocarse la rodillera que ha acertado a subir.


Resoplo otra vez cuando constato que las palas en nieve dura de debajo del citado col son fáciles, y lo único que hay que hacer hasta la tienda es tener paciencia y no relajarse demasiado: Las inmensas palas de la vertiente NO del pico se hacen interminables.


Llegada al vivac. Recogemos tienda y demás bártulos.


Para cuando, bastante cansados, llegamos al parking, el Sol ya se ha puesto tras el valle, y no nos entretenemos demasiado, aunque nos alimentamos e hidratamos. Aunque Alberto pilota el 306, una vez llegados al Área del Tour, la rodilla fría le hace ver las estrellas al bajarse del coche, y me pide que lo lleve yo hasta Donosti, y que le acompañe a la Policínica, al menos a que le den un primer diagnóstico, le hagan un vendaje y le receten alguna droga blanda.


Llego a casa a las diez de la noche, pero como la Lola y los Lolos están en Gasteiz, no hay ningún problema.


Bellísima jornada alpinística, de las que requieren compromiso mental, pero que desgraciadamente a Alberto le ha resultado un tanto ingrata y frustrante por su tontuna lesión.

Travesía Orio-Donostia. Costa Cantábrica

16.02.08 Horario aprox. 10,15h Orio, 12,15h Perus, 13,15h Cruce ctra. Igueldo (Pensión Tximistarri), 14,15 Donostia-Amara.
Normalmente los planes en la cabeza son de altos vuelos, y al final quedan en menos, aunque como decía aquel: “No pod ello hay que dezpreciadlo”.
Txori, con el que estuve ayer de pintxos, me recomendó la travesía Orio-Donosti, promocionada en los últimos tiempos por el CVC, y que si no me equivoco es parte del GR-121.
Tras hacer el recado de la aspiradora con el motor quemado, tomo el topo a Orio y me planto allí a las 10 y cuarto. La mañana es luminosa aunque bastante fresca (suerte que no la he pifiado como suelo hacer y he metido la camiseta de invierno). Tomo un cortado en el bar “Itzala”, decorado con bonitos dibujos a tinta de rincones del pueblo. Aprovecho para meter en la mochila la hiper-fina camiseta Millet que llevaba puesta desde casa. La verdad es que en ningún momento he pensado en ponérmela de nuevo porque ya digo que ha hecho fresco (a la llegada a Ondarreta estaban a unos 10º C).
Tras dejar atrás el Hotel Balea donde pasaron un finde hace poco unos amigos, comienzo a subir el primer repecho de la ruta, en el borde de la playa. Unas bonitas placas de arenisca oscurecidas por la directa influencia marina provocan las ganas de treparlas (incluso vislumbro algún espit; no parecen muy difíciles).
Así pues, el sendero va a media ladera, a algunos cientos de metros sobre el mar. Algunos tramos son continuos sube y bajas (repechos cortos pero empinados); otros en cambio son llanos. Se pasa, en el tramo más “montañero” (el que va de la playa al Perus), por dos caseríos, el segundo de los cuales desprende verdadero aroma añejo.
El sendero no tiene dificultad (hay una bajadita a la que le han puesto un cable), y está señalizado a pedir de boca, o sea es imposible equivocar la ruta.
El tramo hasta el “Perus” se hace en dos horas, estando, aunque psicológicamente no lo parezca, a mitad del itinerario. Desde el citado merendero, el asfalto toma más protagonismo, aunque aun restan bonitos tramos de sendero. Se pasa, eso sí, por las lindes de un montón de villas, todas ellas bien ocultas por los setos y los árboles. Muchas de ellas están en zonas sombrías, y me da la sensación de que no verán mucho la luz del Sol.
Hay un tramo, pasado un prado con ovejas, en el que estoy a un paso del mar, y tras el cual aparecen en el camino varias cabras, que dejo atrás sin que se inmuten.
Luego ya entro en el asfalto, y enseguida aparezco en la carretera de Igueldo (cruce que marca “Pensión Tximistarri”). El sendero se retoma otra vez tras cruzar la carreterita que sube al Parque de Atracciones, bajando por el mismo hasta Ondarreta. Ya en la city, paseo por La Concha con las zapatillas y bajos de los pantalones sucios hasta Amara. Me salen cuatro horas clavadas. Ducha, comida, y siesta. Ahora he quedado con Aitor y Enzo, y por la noche regresan Betcha y los Lolos.
Apunto: Cena chorizera en la “Venta de Curro” y copa en el “Connemara” de Amara-Osinaga.

Arnedo-Ezkaray-Logroño



12 y 13.01.08 Hacía unos meses, en una reunión con los amigos, Yolanda hablaba de las rebajas que hacen anualmente cada enero. Tengo la práctica (me viene muy bien, la verdad) costumbre de apuntar cosas de estas en la agenda de mi “móvil para adolescentes” (es que yo pensaba que mi móvil era para gente hecha y derecha, y me voy encontrando a adolescentes escuchando en él a Camela por las esquinas), y esta la tenía apuntada. Llamo a Enzo para decirle que nos interesa el plan, y justo ellos iban a ir el mismo finde también. Lo que no he dicho es que el plan ya venía marcado como de fin de semana porque el domingo teníamos celebración del bautizo de Á. en Logroño.

El sábado temprano nevaba en Iruñea. Nos hacemos un par de llamadas, otras tantas a Tráfico. La A-15 es lo que me preocupa. La cosa no pinta seria y salimos; pasado el Perdón el tiempo es esplendoroso. ¿Desde entonces hace buen tiempo? (estamos a finales de febrero y una persistente “A” se escribe sobre nosotros).

Pasamos, en caravana, cerca de Dicastillo. Circulamos por una bonita carretera, paralela a la que hubiéramos tomado de haber ido directos a Logroño.

A Arnedo se llega en descenso, por tanto no lo ves hasta que estás encima. Los polígonos rodean al pueblo. Me fui dando cuenta, durante la mañana, de compras, que realmente se trata de una potencia española en esto del calzado. La parada y fonda la hacemos en el Restaurante “Joselito”; menú del día con buen servicio.

Tras la comida, las amatxos van a por los coches y los aitatxos, andando y con las sillitas polígono para arriba, en busca de las compradoras compulsivas. Cómo disfrutaron de las compras, de los cuasi-chollos de estas rebajas. Al final, por nuestra parte, cayeron (dejadme hacer memoria) tres o cuatro pares de calzado, para Aimar y para Eider.

A última hora de la tarde ponemos rumbo a Ezkaray, donde tenemos alojamiento en el Albergue que nos fue recomendado a su vez por los padres de Uxue. Dicho Albergue se llama “Posada Real” y antiguamente fue fábrica de tapices. Es un vasto edificio en forma de L, sito a la entrada del pueblo, pero muy cerca del casco antiguo. En el otro extremo de la L se encuentra el Ayuntamiento.
Nos alojamos y, aunque es un poco tarde, aun tenemos un rato para recorrer la parte vieja, pintoresca y atractiva.

La cena en el albergue es, como el casco del pueblo, pintoresca. Nos sentamos en las mesas del bar y no de la sala del restaurante (en realidad es una separación virtual a base de biombos). El caso es que tenemos que hacer “los pedidos” en la barra y no a las camareras, pero el caso es que nos toman mal las notas, y bueno, no se… lo pasamos bien; Bea lo contaría perfecto.

Cansamos un poco más a los niños (y vicereversa) y dormimos medio bien.

Tempranito me levanto y me escapo a correr. Esta vez lo he conseguido: Prueba superada. El recorrido que había preparado mentalmente me sale a pedir de boca: Subo por la carretera hasta la ermita de San Esteban, con unas preciosas vistas sobre la Demanda (“NordSanLorenzowand” destacando en el paisaje). Subo la sony y voy sacando fotos. El descenso en picado sobre el casco de Ezcaray es por un bonito sendero de tierra y hierba. Como referencia para interesados, diré que el sendero se coge justo frente a la discoteque “Oropesa” (creo recordar).

Tras desayunar en el albergue, Alberto, Yolanda e Irati se quedaban por la zona, y nosotros al bautizo. Escuchamos la SER por la carretera.